
Esther Castillo Jiménez
Durante años, medios como La Voz de La Pampa y El Sur-Sur hemos sostenido una labor periodística comprometida con la verdad, con las regiones más olvidadas del país y con una ciudadanía que merece estar bien informada. Pero en los últimos tiempos, el panorama ha cambiado drásticamente.
Hoy cualquiera puede abrir una página en redes, autodenominarse “medio digital” y convertirse, en cuestión de semanas, en un canal afín al poder de turno. Desde esos espacios se lanzan discursos revestidos de “opinión”, muchas veces disfrazados de periodismo, pero sin el más mínimo filtro ético ni compromiso con la imparcialidad. Lo más preocupante es que esa narrativa complaciente está siendo premiada con pauta gubernamental.
Mientras tanto, quienes hemos recorrido caminos más largos —cumpliendo con Hacienda, CCSS y demás, invirtiendo en impresión, recursos humanos y distribución— quedamos al margen del juego. La digitalización fue una salida obligada, pero no una solución mágica. La publicidad estatal no está llegando a los medios que, como el nuestro, han demostrado años de servicio, sino a quienes resultan funcionales a una narrativa oficial que no admite crítica.
No se trata de señalar nombres ni de entrar en confrontaciones personales. Muchos colegas, incluso en televisión nacional, han optado por una postura ambigua, que no moleste ni confronte. No los juzgo; cada quien libra sus propias batallas. Pero lo que sí debe preocuparnos es el modelo de prensa que se está construyendo: uno donde se premia la complacencia y se margina la fiscalización.
El periodismo debe ser útil al pueblo, no al poder. Y aunque los recursos escaseen y las plataformas cambien, el compromiso con la verdad no puede ser una moneda de cambio.
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