Con la solemnidad, gravedad y sentido de responsabilidad histórica que la época nos impone, me honro en recibir esta banda presidencial en tiempos de desafíos importantísimos, no solo para el futuro de nuestro país, sino para el destino mismo de la Humanidad.
El pueblo costarricense, al elegirme, puso en mis manos la responsabilidad de conducir el destino patrio durante los próximos cuatro años.
Con reverencia y humildad digo: tienen y tendrán en mí, durante todo ese periodo, a un fiel Mandatario; es decir, a alguien que, a partir de este instante y hasta el 8 de mayo de 2026, aspirará, con todos mis esfuerzos a acatar a cabalidad el mandato de ustedes, cumplir y hacer que se cumpla la voluntad del Pueblo Soberano en todos los quehaceres del Estado, dentro del marco riguroso del Derecho que nos rige.
El momento que vivimos es crucial. Somos los llamados a realizar un cambio histórico.
Y ese llamado se impone con la fuerza de la voz del pueblo que demanda desde las urnas una enorme obligación a toda la clase política, lo que incluye, por supuesto, a los tres poderes de la República.
Es el momento de dejar atrás las viejas prácticas que tanto nos cobra, y con toda razón, el pueblo costarricense. Aquí no hay distingos entre oficialismo y oposición: si una vez más la clase política falla, el país se podría desmoronar.
Nos estamos viendo ante un espejo cuya imagen no nos gusta, porque nos presenta dos caras que no parecen conciliarse.
En ese espejo nos encontramos ante el rostro de un país cuyo nivel educativo había sido ejemplar en la región latinoamericana, pero cuya calidad de la educación se ha ido deteriorando, lo que compromete, a mediano y largo plazo, la prosperidad de nuestra nación.
El Octavo Informe del Estado de la Educación nos ha confrontado con esa dolorosa imagen. La pandemia del Covid-19 causó un “apagón educativo” que cayó como un mazazo repentino sobre miles de niños, niñas y adolescentes.
Pero esto no hizo más que evidenciar las diferencias que ya existen entre las zonas rurales y urbanas, entre quienes gozaban de conectividad a Internet y quienes no tenían acceso a la tecnología que les permitiera seguir asistiendo a la escuela o al colegio desde sus casas.
En resumen, los menos beneficiados y la clase más vulnerable de nuestra Patria.
No es casualidad que, en 2020, antes de la pandemia, cerca del 60% de las personas con edades entre los 18 y 22 años dijera no haber finalizado la secundaria.
Vemos en ese mismo espejo el rostro de la gente trabajadora, de gente que se ha preocupado por formarse con la esperanza de que sus familias tengan el nivel de vida que anhelan, que se merecen, o que, a pesar de no contar con estudios formales, han utilizado su ingenio y su capacidad de trabajo para salir adelante.
Pero al mismo tiempo es el rostro de cientos de miles de personas que ven acabar el día sin un empleo con el cual enfrentarse a las necesidades personales de la mañana siguiente. Es también el rostro de casi un millón de personas atrapadas en el empleo informal.
Es un país cuyo suelo tiene la capacidad de alimentarnos a todos y a todas, pero es también un país donde el hambre se posa en la mesa de cientos de
miles de personas, que no ganan lo suficiente ni siquiera para comprar los alimentos de la canasta básica.
Es un país cuya democracia bicentenaria, de comprobado arraigo en nuestra cultura cívica, ha cautivado a los pueblos del mundo. Pero a su vez, vemos en ese espejo en el que nos miramos, desapego y desconfianza de los partidos y la política tradicional, que no implica renuncia ni negación alguna a los valores democráticos, sino que, por el contrario, expresa el deseo de una vivencia más auténtica de la Democracia y supone una valoración más genuina y trascendente de sus prácticas fundamentales.
La imagen reflejada es la de un país que, a lo largo de las décadas, ha construido una institucionalidad fuerte, robusta, pero que durante los últimos años ha visto, con vergüenza, con impotencia y con justo enojo, cómo las instituciones no han sabido brindar servicios públicos de calidad ni limpiar sus estructuras del lastre infame de la corrupción.
Las indignantes listas de espera de la Caja Costarricense de Seguro Social, las que por años han sometido a miles de costarricenses, no solo es una violación sistemática al derecho a la salud, sino que son humillantes y angustiantes para quienes la atención médica significa vida o muerte.
Ni los fallos de la Sala Constitucional han hecho mover los cimientos de la Caja.
Nos miramos con asombro en ese espejo porque no es la Costa Rica que deseamos.
No deseamos el país donde las calles nos gastan el reloj de la vida en presas interminables.
No deseamos el país de las zonas rurales que ven con tristeza y desamparo, a lo lejos, cómo las puertas del desarrollo y de la economía solo crecen en la zona central del país.
Este es el espejo en el que nos estamos mirando todos y todas, costarricenses.
Un espejo lleno de contradicciones, de sueños que se niegan a formar parte de nuestra realidad, de sueños que no tienen los zapatos para correr y mucho menos las alas para volar.
Esas contradicciones son más que cifras en estudios académicos.
Son más que los alarmantes datos que, año tras año, nos da a conocer el Estado de la Nación.
Esas contradicciones nos duelen, nos lastiman.
Esas contradicciones hacen que la vida de nuestros ciudadanos sea más dura, más difícil de lo que debería ser en un país democrático, pacífico y rico como el nuestro.
Esas contradicciones duelen en el pan ausente sobre la mesa, duelen en los y las jóvenes que deben tomar la difícil decisión de dejar sus estudios para contribuir con el sustento familiar, o, peor aún, en los y las jóvenes que han caído en el agujero sin fondo de la drogadicción, o que han pasado a engrosar las filas del crimen organizado.
¿Seremos, compatriotas, capaces de hacer historia?
¿Seremos capaces de llevar realmente a Costa Rica hacia el futuro que merece?
¿Seremos capaces de hacer que las personas que habitan en este gran país vuelvan a soñar, y no solo a soñar, sino a tener la oportunidad de construir en realidad ese sueño?
Ese es el gran desafío que debemos vencer.
Sé muy bien que el reto parece durísimo. ¡Y lo es! Pero, compatriotas, no caigamos en la trampa de la desesperanza.
No nos dejemos vencer por la oscuridad que algunos han querido vendernos, como si quisieran hacernos pensar que el cambio y el progreso no son posibles.
Figuras prominentes de la clase política dirigente, con ligereza, y quizá como excusa para no haber tomado las decisiones que correspondía tomar, nos han hecho creer que Costa Rica es un país ingobernable.
¡No! No se trata de ingobernabilidad, sino de tomar las decisiones que son necesarias tomar, sin importar lo complejas y controversiales que puedan llegar a ser.
Es una cuestión también de valentía, aunque estas decisiones vayan en contra de los intereses de pequeños grupos, los que han utilizado su influencia y poder para beneficiarse por medio de políticas públicas que no han hecho más que disminuir el bienestar de la mayoría.
“La patria es dicha, dolor y cielo de todos y no feudo ni capellanía de nadie”, nos dijo José Martí, con palabras que nos hablan no desde el pasado, sino desde una actualidad tremenda, desde la lucha permanente por el anhelo del bien común expresado en la voluntad ciudadana.
Tengo muy claro que si pongo por delante el faro de esa voluntad ciudadana nunca me perderé.
Si pongo por delante el camino que me han trazado cada uno de los hombres y mujeres que votaron por mí, y también quienes no lo hicieron, jamás usaré la excusa de que este país no puede gobernarse, porque la orden del pueblo es que gobierne.
Y que lo haga con liderazgo, con energía, con decisión, con humildad, pero, sobre todo, con la convicción de que cada una de mis decisiones y las de mi equipo tienen como guía una voluntad que ha hablado, que nos demanda, que nos exige actuar por el bien de la mayoría.
Digo esto, por supuesto, teniendo más presente que ninguno, que el cambio que exige el país no se trata de una ambición ni de un proyecto personal de un hombre llamado Rodrigo Chaves, sino del rescate de una democracia, y eso nos compete a todos.
En la extensa historia de más de 200 años de vida democrática del país, este posible accidente histórico, este, para muchos, impredecible revés de los órdenes políticos, viene a plantear la posibilidad de cambiar definitivamente el curso de nuestras vidas.
Como dijo Margeret Mead, “Nunca dudes de que un pequeño grupo de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar el mundo. De hecho, es lo único que lo ha logrado”.
Este cambio no puede ser alcanzado por la voluntad de una sola persona, sino por el carácter de los miles de costarricenses que, con su trabajo honrado y entrega incuestionable, construyen la patria día con día.
Costarricenses que han demostrado incontables veces la grandeza de su espíritu, al dejar en alto nuestro país en las disciplinas más variadas del deporte, en las formas más bellas del arte y en los más innovadores de los descubrimientos e investigaciones científicas.
Costarricenses que, desde las más diversas y complejas condiciones, el día de hoy procuran, con el mejor de sus esfuerzos, con la franqueza de sus acciones y el compromiso de sus labores, el sustento honrado de sus mesas y la modesta tranquilidad de sus familias.
Sé que en este momento muchos de estos valientes costarricenses deben estar viendo o escuchando este discurso desde sus hogares, preocupados más por el hambre que arremete contra sus cuerpos que por la posible virtud que puedan encontrar en las palabras de este servidor que hoy les habla.
Estoy consciente de que mi elocuencia debe ser la mejora de las condiciones de miles de costarricenses y no la belleza de un discurso.
Sé también que muchos otros, desencantados por el fantasma de las ilusiones incumplidas de gobiernos anteriores, no se tomarán la molestia de acompañar con oído atento las palabras sencillas de este hombre que hoy decidieron nombrar con tan alto honor.
A todos ustedes me dirijo y les digo, véanme como lo que soy, un instrumento humilde para cumplir con el mandato del pueblo, un pueblo que unido puede lograr el cambio inaplazable que nos impone la historia.
Vean en mí a un consejero, el cual, en el uso total de sus facultades, procurará no menos que lo mejor en la administración de este Gobierno que nos une a todos y a todas, y ninguna otra cosa más que un futuro de paz, dignidad y trabajo para las generaciones venideras.
Vean en mí un facilitador, quien por medio de un diálogo respetuoso y atento, buscará la conciliación de un pueblo que al día de hoy se encuentra dividido entre diputados, sindicatos, empresarios e instituciones que por años han minado el desarrollo los unos a los otros para obtener algún beneficio a costa de la mayoría.
Hoy les digo que la idea que nos quieren vender de una casa ordenada se esfuma ante la realidad del país.
¡La realidad es muy distinta y es una realidad que nos resulta innegable! Por más que algunos quieran continuar estafándonos.
Hoy enfrentamos con valentía la inminente obligación de reparar el país y luchar con la convicción de que Dios nos ampara y que es solo por medio del trabajo honrado de nuestras manos y no por el espíritu indolente del conformismo que lograremos construir una patria digna para nuestros hijos e hijas.
No solo vamos a ordenar la casa. ¡La vamos a reconstruir!
¡Este es el signo de nuestros tiempos, es la urgencia inaplazable por el cambio, el grito sordo de una democracia que no dejaremos desaparecer!
¡No voy a aceptar la derrota, no tenemos por qué aceptar la derrota!
No la aceptaré nunca porque sé que la riqueza de este país va más allá de su diversidad ecológica; va más allá de su cultura y tradiciones únicas en el mundo; va aún más allá de su historia irrepetible.
Es su pueblo el que hace rico a este país.
Mi pueblo, ustedes son los que agrandan nuestra patria.
Pueblo que conoce tan bien como yo que existe una necesidad de más empleo, de bajar el costo de la vida, de más tranquilidad en nuestros hogares y calles, de volver a soñar, de volver a confiar, de volver a creer que todavía existen líderes políticos que procuran lo mejor para el país.
¡Es la necesidad fundamental de una patria como la nuestra! ¡Es la certeza llana de que nuestra democracia es fuerte y de que no será abatida!
Costa Rica es una gran fuerza colectiva que late como un corazón lleno de esperanza.
Esta fuerza colectiva palpita en cada esquina de nuestra nación, en la prisa permanente de las calles, en el oleaje mercantil de los puertos, en las oficinas y su vaivén de papeles y computadoras, en la brisa dulce del campo que nos alimenta, en el cálido aroma del hogar donde se crían nuestros hijos e hijas.
A esta juventud me dirijo y les digo: ¡Jóvenes! Sé que deben estar cansados de escuchar que son el futuro de la Patria, cuando su futuro les viene hipotecado desde la cuna.
Una niña nace hoy en Costa Rica y, en lugar de llevar un bollo de pan bajo el brazo, lleva un pagaré firmado con una deuda de miles de dólares.
A esos jóvenes les vamos a deshipotecar el futuro. Construiremos su mañana con un presente próspero y lleno de oportunidades.
Mujeres, ustedes son parte de ese latir incesante de la Patria.
No toleraremos el acoso que sufren cada día y en todos los espacios de la sociedad.
No es posible que las mujeres tengan miedo de andar solas en la calle, no es posible que las mujeres sientan miedo en su propio hogar, en su propio trabajo, en un parque, en un concierto.
Por eso, mi primer compromiso político como presidente electo será detener la discriminación y el acoso contra todas las mujeres en todos los ámbitos de nuestra patria.
A los adultos mayores, fuerza inextinta de nuestra nación, les debemos más de lo que podríamos nombrar porque los beneficios que hoy gozamos como país son fruto de sus esfuerzos.
No serán abandonados más, porque merecen una vejez justa, ustedes quienes con su labor construyeron las bases de esta su Patria.
A nuestros pueblos originarios, que dichosamente hoy, por primera vez en la historia costarricense, cuentan con la representación de una diputada indígena, les quiero decir: ¡Serán incluidos! Repararemos esa deuda histórica que nos llena de vergüenza y que nos ha separado como si fuéramos distintos, cuando en realidad somos todos costarricenses con anhelos y esperanzas comunes.
A la población LGBTIQ le aseguro que no vamos a retroceder en el reconocimiento de los derechos que han logrado a lo largo de sus luchas por la equidad y el aprecio por la diversidad, luchas que yo respeto y que garantizo seguirán incólumes en sus victorias.
A las universidades públicas, origen de gran parte de la fuerza que ha movido el país y que, no dudo, nos posicionará en lugares inimaginados, les digo: respetamos su autonomía, pero también reconocemos que autonomía no significa ni permite despilfarro.
Es una ardua tarea la de forjar el futuro de la juventud, que requiere eficacia y eficiencia en el uso de los recursos públicos.
A los empleados públicos les digo que la responsabilidad de sus posiciones carga el peso de darle a la patria el compromiso y dedicación de servir a sus conciudadanos y apoyarlos, pero que sepan que el abuso y el aprovechamiento no serán tolerados.
Al sector privado, fuerza primordial del motor de nuestra economía, les digo: les dejaremos trabajar.
Quitaremos también los obstáculos que históricamente han impedido a los y las emprendedoras tomar el lugar que se merecen como piezas clave del desarrollo del país.
Sí les dejaremos trabajar, pero también les decimos a aquellos empresarios que han extraviado el norte de la ética: ¡No corrompan a nuestros funcionarios!
¡Eso no lo permitiremos! Tampoco esperen que el Gobierno les regale a algunos lo que es de todos: ¡Se acabaron los monopolios privados! Se acabaron los privilegios de las políticas públicas para favorecer a unos a costa de la mayoría.
A los inversionistas, el país se hace responsable de sus deudas, nunca hemos fallado en pagar, haremos lo que tengamos que hacer para honrar nuestras obligaciones con nuestro pueblo, con nuestros empleados públicos y con nuestros acreedores.
A nuestros sindicatos, les recordamos que el tema no es gobierno o sector privado, sino una búsqueda ecuánime pero firme del bienestar de todas las personas que laboran en el país.
Las fuerzas de la oposición también son fuerzas del pueblo. Son también ese latido común que nos une como país.
Construyamos puentes que recuperen la tan lastimada confianza del pueblo en sus líderes políticos.
Demostrémosle a Costa Rica la mayor valentía de todas: la capacidad de sentarnos a la mesa, mirarnos a los ojos con transparencia y llegar a consensos que le traigan paz, tranquilidad y desarrollo a nuestra nación.
También tengo algo que decirles a quienes usan nuestro territorio como puente para exportar y almacenar drogas: dense por notificados.
¡Busquen otro territorio! No toleraremos su presencia en nuestra patria.
A los corruptos, a los que dirigen el crimen organizado, a los que atemorizan a nuestra ciudadanía en las calles, no les daremos tregua.
Si el estado no puede garantizar la seguridad de sus habitantes, hemos fracasado como país, y el fracaso no es admisible para quien sirve a la Patria con amor.
A la comunidad internacional, le recordamos que nuestra tradición es y será pacifista.
En Costa Rica, gracias a Dios, no existe un solo soldado armado y adiestrado como tal, no tenemos un cañón, menos un tanque de guerra o un avión de combate, ni barcos artillados o acorazados surcan nuestros mares.
No somos una amenaza militar para absolutamente nadie.
Y es en fidelidad a esta tradición pacifista y civilista, que llamamos a las potencias del mundo y demás gobiernos a un compromiso real por la Concordia, La razón, La Paz y el respeto por la Dignidad humana.
Oremos por la solución pacífica de la guerra de Rusia contra Ucrania.
A ustedes, a todos ustedes, me dirijo parafraseando al poeta T. S. Elliot, diciéndoles que lo que muchas veces llamamos el comienzo es a menudo el final y que llegar a un final es muchas veces volver empezar.
Es decir, el fin de un gobierno se convierte en nuestro punto de partida.
Con el temor de Dios, que considero es la base para la sabiduría de un gobernante, les termino diciendo:
Este es nuestro tiempo. Estamos trabajando, decidiendo, mejorando.
¡Costa Rica, lo mejor está por venir!
Que Dios les bendiga y que Dios bendiga a Costa Rica.
Que vivan siempre el trabajo y la paz. Muchas gracias.