De fiesta en fiesta en Guanacaste

Con autorización del Dr. Edgar Leal Arrieta, músico, poeta y escritor, entre otras cualidades; publicamos capítulos de su primer libro, “De fiesta en fiesta en Guanacaste”, una recopilación de relatos de personajes y pueblos de la provincia más sabrosa de Costa Rica.

Advertencia del autor: Todos los personajes contenidos en la presente obra son ficticios. Cualquier parecido con alguien en particular es mera coincidencia o producto de la imaginación de usted querido lector.

Capítulo I: Perdido por inexperto

El martes 12 de diciembre de 1950, Guadalupe Cisneros cumplió 14 años. Automáticamente se le estaba concediendo, el permiso que durante los años anteriores había estado suplicando, para ir solo a unas fiestas.

-Ahora sí m`hijo- le dijo Robustiano, su papá: ahora si puede ir solo a las fiestas que quiera. –Ya cumplió 14 años, ya no tiene obligación de ir a la escuela. Ya usted se puede ganar la vida solo, y disponer de ella como le plazca.

Eran los tiempos de aquella famosa ley que decía que la educación era gratuita y obligatoria hasta los 14 años. A esa edad los jóvenes podían empezar a trabajar por su cuenta y casarse o juntarse sin problemas.

No olvide, le decía don Robustiano, que la vida no es del más valiente, sino del más mañoso. Así es que cuídese, recuerde que: “el que con coyotes anda, a comer naces aprende”.

Las fiestas más cercanas a ese 12 de diciembre eran las de Belén, pero Guadalupe prefirió esperar las de Esquipulas en Santa Cruz. Belén le era un poco desconocido, y en Santa Cruz podría manejarse con más facilidad. Además, el mes que quedaba entre ambas fechas le servía para ganarse unos colones más, arrancando frijoles en la finca del maestro Beltrán o donde don Manuel Arrieta.

San José de la Montaña era un pueblo bello, con caminos de a pie o a caballo, bordeados por densas selvas a ambos lados. De cualquier paredón brotaban manantiales o riachuelos. Sin temor a equivocaciones, podría afirmarse que cada zanja era una quebrada de aguas cristalinas. La abundancia de animales era inmensurable.

Allí había nacido Guadalupe Cisneros en 1936, y ahora con sus 14 años cumplidos, se

Aprestaba a disfrutar de su “mayoría de edad”. Ya podría bailar en cualquier salón, meterse a las cantinas y por qué no, “pegársele al corte” a cualquier muchacha, porque si se “jalaba torta”, ya podría mantenerla.

Guadalupe era poseedor de una carácter alegre, de verbo fácil, y tenía rudimentarios conocimientos de la guitarra y la marimba. Estas cualidades le facilitaban hacer amigos en todas partes y ganarse la simpatía de no pocas muchachas de su edad. El domingo 14 de enero, Lupito ensilló el “Tolete”, y con más de 75 colones en la bolsa, se enfiló a paso jacón para Santa Cruz. En “Mango Mocho” se unió a los Matarritas, algunos de los cuales eran coetáneos suyos. Dentro del grupo había otros que ya habían asistido a festejos anteriores y relataban sus andanzas en los mismos. Estos relatos eran seguidos con mucha atención por los más novicios.

Después de un año de peregrinación por todos los pueblos y caseríos del cantón de Santa Cruz, el “Negrito” de Esquipulas regresaba cargando milagros al antiguo Paraje del Diriá. Colgados de su cuello, como formando una orla, los milagros de oro, plata y hasta plomo, adornaban la venerada imagen del Santo Patrono de Santa Cruz. Durante un año de pueblo en pueblo había hecho toda clase de milagros, desde sanar enfermos, hasta encontrarle novias al más feo. Cada figura era la representación de un milagro hecho por el Santa Cristo de Esquipulas.

Rememorando estos hechos, la comitiva avanzaba, y los relatos de los más veteranos hacían corto el camino. Cuando pasaban por la “Mata de Caña”, les gruñó el tigre en un zanjón a la vera del camino. Poco después empezaron a bajar la cuesta de don Jesús Romero, y dos venados cruzaron el camino sin ninguna malicia.

En Moya alcanzaron a los Peña y los Avilés y cuando llegaron al Puente Negro, la cabalgata era de más de 30 jinetes.

En Lomas de Hormiga dieron alcance a los que venían de Hatillo, El Camino, San Pedro y Lagunilla. En la quebrada de la Hacienda Monte Grande, un grupo de “Galleños” abrevaban sus bestias, y cuando llegaron al río Diriá, por donde los Camarenos, varios viajeros se lavaban los pies para ponerse los zapatos nuevos que traían al hombro.

La entrada a Santa Cruz era un hervidero de gente. Cualquier trillo era útil para ingresar al “Pueblo”, a Santa Cruz.

Una vez cruzado el río, Lupe recorrió 500 varas al este y 250 al Sur para ir a pedir posada donde Lauro Leal. Este señor era conocido suyo por ser el papá del maestro de su pueblo.

Era domingo, y además, víspera de las más alegres fiestas de la bajura guanacasteca.

Don Lauro tenía un patio de casi un cuarto de manzana y muchos Montañeros pedían posada en su casa.

Guadalupe desensilló su caballo y se dirigió a buscar potreraje donde María Andrade. Como era temprano se mudó y salió a esperar el Tope de Toros.

Bien catrineado recorrió la avenida central de Este a Oeste, y ancló en la Casa de Alto que era el punto de mayor efervescencia en este momento. Allí conoció una de las antiguas tradiciones de los santacruceños: encontrarse y departir con los amigos y conocidos que, desde todos los rincones de la patria llegaban una vez al años, a disfrutar las fiestas de Santa Cruz.

El tocadiscos de Vitirío alegraba el ambiente, alternando corridos y rancheras de Jorge Negrete, Pedro Infante y Lucha Reyes. En el salón una vieja marimba hacía bailar a los primeros acalambrados, mientras donde el Negro Héctor, Polín y Sanco arpegiaban sus guitarras alegrando a los primeros bolos de las fiestas.

La proximidad del medio día hizo que la mayoría de la gente se dirigiera hacia la Plaza de los Mangos, y de allí al puente sobre el río Diriá en la carretera a Liberia. Por ahí entrarían los famosos toros de la Hacienda La Girona de Chico Cubillo.

Los toros venían arreados desde la hacienda, y para evitar que se metieran al monte, cada un traía sobre su cabeza amarrado a los cachos a modo de yugo, un palo de unas dos varas de largo y quince centímetros de diámetro.

Eran animales cerreros de difícil manejo, pues vivían a campo abierto sin cercas. Las pocas que habían eran de piñuela y no los detenían.

Allí sobre el puente en la salida para Liberia, comenzaba el Tope con docenas de jinetes que acompañados por música de la Filarmónica y los bailes de los payasos, llevaban los toros hasta la Plaza de los Mangos.

Los cuatro primeros toros de las fiestas se montaban entre las dos y las tres y media de la tarde, porque a las cuatro hacía su entrada a Santa Cruz, el Santo Cristo de Esquipulas procedente de Hato Viejo.

Una vez concluida la procesión de entrada, todo el mundo iba a comer y cambiarse ropa para asistir a la retreta, pues por esas casualidades de la vida, el 14 de enero era domingo y aunque fuera víspera de fiestas, la retreta era sagrada.

A las siete de la noche Guadalupe ya estaba arrecostado al muro de la iglesia, frente al parque, presenciando la retreta. Unos amigos de la Florida lo animaron a entrar al parque a ver si pescaba algo. Por costumbre, en las retretas de aquellos años, por la acera exterior del parque, los hombres circulaban en un sentido y las mujeres al contrario “dando cuerda”. Cuando dos simpatizaban, continuaban circulando en el mismo sentido como lo hacían los matrimonios y las parejas ya consolidadas.

La retreta terminó y todo el mundo salió para su casa. Había tanta gente que Guadalupe se fue detrás de los músicos para quedarse en medio camino, sin saber hasta dónde había llegado. Desorientado, decidió caminar otro poco, para detenerse a las 200 varas sin saber dónde estaba parado.

Los músicos desaparecieron y la gente seguía caminando en todos los sentidos.

Conforme avanzaba, Guadalupe iba comprobando que la gente se iba metiendo en sus casas o donde estaban hospedados, y él se iba quedando más solo. Los árboles que había en el frente de las casas le impedían otear el horizonte para orientarse. Por otra parte, el bullicio de la gente y la música de las marimbas en las calles le dificultaba oír las campanas de la iglesia cada cuarto de hora.

En esa encrucijada empezó a caminar en círculos para ver si encontraba una señal que lo orientara, pero todo era en vano. Por vergüenza no preguntaba y cuando no le quedó más remedio que hacerlo, unos jóvenes le preguntaron que de dónde se había caído. Otros, en un tono más jocoso, le recomendaron que comprara perro.

En fin, cuando ya se acercaba la media noche, una pareja se condolió de su suerte y le dijeron que estaba cerca del puente colgante. Al preguntar por su posada, le dieron la dirección exacta y así puso llegar donde don Lauro.

Este episodio le costó algunas bromas a su regreso a San José de la Montaña y le sirvió para convertirse en un acérrimo fiestero, a la caza de toda clase chiles y anécdotas. (sic)

Facebook
Twitter
WhatsApp
Email
Un producto que respira
La inseguridad en el país es un problema de décadas que requiere acciones concertadas
No son de aquí, ni son de allá
Guanacaste respira optimismo
× ¿Cómo puedo ayudarte?