Os duelen sus llanos y sus ríos y esas montañas preñadas de alegría y bosques con ríos, buscando inocular a los océanos ansioso de amor; duelen las guitarras, cuando sus melopeas se lanzan al olvido y se acaba la libertad de poderle cantar al mundo el valor de nuestra tierra, de nuestra cultura y ensueños unidos a ese desarrollo, que en otros tiempos bastaba con el maíz, el cacao y el pozol. Mi abuelo añora su manila y su mula blanca de trote quedito y de mansedumbre cultivada en un amor a las bestias que ayudaron a los troperos, que vienen muriendo poco a poco, porque la sabana está inocua y sin valores…
El viento se ha llevado los sobreros y los calabazos, que mantenían el agua fresquita para el descanso, están quebrados como los hogares de nuestras tierras que sufren inclemencias, hambre y ensueños rotos. Debemos tributar por las sandías, por los pollos, por las comadrejas y hienas, que se ríen en nuestro rostro, sin aportarle nada al futuro.
¡Ay marimbita! Ni siquiera chicha sacan nuestras finquitas, vemos pasar el ganado y las penas, esas tristezas son muy nuestras, las vaquitas son del intermediario, que puede invertir en congeladores, sin conocer el pasto con que se alimentan los animales.
La pradera gime la caña seca, no necesita brazos, la maquinaria se encarga de eliminar los peones, el arroz fecundo grano, que es lo que permiten cultivar, se extiende únicamente en las mesas de los gamonales y los frijoles ya no existen, pero hay que pagarle al rey los tributos, con los que engordará a su mujer y a sus ministros…
Mi abuelo extraña un yoni guaquer para apaciguar el cansancio del día y un café, que nos lo cobran más caro que en París. Ahí va la María con una canasta de tortillas, de maíz greengo, importado e impuesto por el Departamento de Estado, para que solo ganen los productores machos. Mi abuelo me dice constantemente, que yo era un loco, cuando le repetía que el río ya no danzaba igual, pero que al final entendió mi observación; “Hijo Guanacaste ya no es el mismo…”.