Cañera Elizabeth Medrano Solano fue la primera en Aislamiento Respiratorio
Por: Gustavo Adolfo Solera Castillo
Foto: Cortesía de Elizabeth Medrano Solano
Cuando quedamos de conversar, ya habían pasado varias semanas desde que el primer caso de una persona diera positivo con covid-19 en Costa Rica, el mortal coronavirus que nació en la ciudad de Wuhan en China; hoy se tiene un mayor conocimiento del virus, pero en aquel momento no existía grandes detalles del mismo, simplemente que los muertos se contaban por decenas en muchas partes del mundo.
Para la guanacasteca Elizabeth Medrano Solano, enfermera en el San Juan de Dios recuerda como si fuera ayer, todo lo acontecido desde el momento que le dijeron que debía cubrir la recién inaugurada sala de Aislamiento Respiratorio en el centro médico, hasta semanas después cuándo el nivel de estrés fue bajando conforme se iba aprendiendo más de la enfermedad.
“Estaba en el turno nocturno, la sala se abrió rápido. Ya debía cambiar a otra unidad, recuerdo que me llaman y me dan la noticia que voy a cubrir la sala de Aislamiento Respiratorio ese mismo día, quedé en shock, pensaba por qué a mí, pero bueno debía de cumplir con el trabajo, así que me alisté, tenía conocimiento que se ingresó a una señora mayor con síntomas, estaba muy sintomática en realidad, la impresión fue grande, se está con ese temor de entrada”.
Las primeras horas de Medrano en la “unidad del covid” transcurrieron con la normalidad de su profesión, los primeros minutos, luego de asimilar la realidad; cuenta que comenzó a sentir un gran pesar por la señora “le pedía a Dios por ella”, ya que al verla tan triste, también la afectaba en la parte humana, pero nunca dejó a la señora sola, constantemente le tomaba los signos vitales, incluso la acompañó al servicio por el estado de debilidad en el cual se encontraba la paciente. Siempre tuve miedo de la salud de la persona. Hoy agradece que pasó una noche tranquila, ella y la señora.
“En todo momento tuve miedo por la salud de la persona, estaba muy débil, muchos síntomas pero gracias a Dios pudo dormir bien, a los días se recuperó”.
Esta es una historia con final feliz para la paciente, pero para la enfermera la vida continúa en ese ambiente, es hipertensa, lo que la hace de alto riesgo, pero eso no le quitaba la tranquilidad.
No llamó a su familia para que no se preocupara
“Durante toda mi vida profesional he trabajado con personas con todo tipo de enfermedades, ejemplo los enfermos de tuberculosis, el trato, el manejo para no contagiarme, también con personas que tienen leucemia, el cuidado que debo tener para no contagiarlos y que empeoren”.
“Cuando le dije a mi hijo, el susto de él fue mayor que el mío”
Esa primera experiencia se extremaron las medidas, distanciamiento, solo ingresaban para estar junto a la paciente cuando era necesario, estaban con mucho miedo, hasta que llegó la hora de la salida, nos bañamos y se le informó a los compañeros que ingresaban del estado de salud de la paciente y los protocolos a seguir.
Una vez finalizado y camino a su hogar en San Francisco de Heredia, rememoró lo que seguía para esta cañera.
“Desde el momento que me dijeron no llamé a mi hijo (Medrano vive con uno de sus tres hijos de 26 años), no quería asustarlo, más que él estaba en Europa cuando estalló todo esto, la angustia de saber que él estuvo en España e Italia era mucha, había venido, se mantenía en el proceso de los 14 días de cuarentena”.
Fue en ese instante llegando a su casa que le informó, la reacción del hijo fue de susto por la noticia, en el hospital San Rafael de Alajuela explotó la noticia de los infectados, lo que aumentó el temor entre ellos.
El temor de Elizabeth pasó de contagiarse a temer de la gente en la calle, la discriminación que vivió en los primeros días la hizo incluso viajar sin uniforme al trabajo, ya que las personas en la calle se apartaban, la veían mal. Tomó la decisión de auto aislarse en su casa y en la calle.
“Cuando le dije, el susto de él fue mayor que el mío, llamé a mis otros dos hijos (una pareja) y tuve que calmarlos, estaban histéricos, seguro creían que me iba a morir -ríe a carcajadas-, les prohibí que me visitaran. Con el hijo que vivo siempre me gusta besarlo y hacerle cariños, pero durante 20 días comíamos incluso por separado, él en su cuarto y yo en el mío, después a desinfectar todo, desde el piso, paredes, todo, era un estrés severo. En la calle no hablaba con nadie, la gente me discriminaba, eso fue de lo peor en esos días, hoy somos héroes, pero en aquel momento nos tenían miedo”.
Tuvo dos momentos que al principio la marcaron, uno si quiso explotar, el otro le causó gracia, ya que analizó la situación desde el punto de vista del dueño.
“Hay dos momentos que me impactan en lo negativo, fueron más, pero estos al ser los primeros, lo marcan. Una vez en el bus, una señora le decía al chofer que no me llevara, que yo venía de trabajar y que era peligroso para todos, de verdad que insistía, ella ya estaba sentada, el chofer no le hizo caso, cuando me senté adelante, vi como la señora se pasó bien atrás, eso me molestó, le quería reclamar a la señora, pero guardé la calma -la voz de Elizabeth se entrecorta, queda en silencio por unos segundos-. La segunda antes de Semana Santa pasé por una carnicería, el dueño no me dejó entrar, todo mundo apelotado adentro y yo afuera, salió un dependiente y desde la calle me vendió y cobró, en esa me dio gracia ya que pensaba que estaba más limpia yo, que todos los que estaban ahí, pero en el fondo duele la discriminación”.
Solano también tuvo momentos del otro lado de la moneda, son pequeños instantes que le causaron una gran alegría, la motivaron en un momento difícil.
“Por la discriminación que estábamos siendo objeto, muchos de mis compañeros tuvimos una charla de intervención de salud mental”
“A pesar de todo el dolor que veíamos en la calle, la discriminación, comentarios dolorosos; hay también actos que nos llenan de alegría, nos motivaba a seguir; recuerdo que una vez en Heredia, ya era muy noche, me fui en taxi, una vez en mi casa, me quedé como 15 minutos tratando de convencer al taxista que me cobrara, no quiso, me decía que no podía cobrarle a una persona que estaba salvando vidas. Otro día, era domingo a las seis de la mañana, salíamos, ahí en el parque La Merced, personas en indigencia nos aplaudían y gritaban palabras de apoyo, a los segundos se les unieron transeúntes que pasaban, simplemente agradecíamos, pero nos llenó el corazón -Medrano ríe muy emocionada-.
Frustración con la gente que no se cuida
El estrés va disminuyendo, pero la frustración de los primeros días por la situación los hizo viajar sin uniforme para no sentir los comentarios dolorosos de las personas, a tal punto que tuvo una charla de intervención de salud mental, la cual como ella describe, fue el punto que lloraron y decidieron vestir el uniforme con dignidad.
“Por la discriminación que estábamos siendo objeto, muchos de mis compañeros tuvimos una charla de intervención de salud mental, nos dimos cuenta que todos teníamos miedo, lloramos por eso, también decidimos volver a vestir el uniforme en nuestro traslado casa hospital casa. Ya ese miedo pasó, pero los comentarios de los doctores me producen frustración con la gente que no se cuida, mientras no haya una cura, somos nosotros con nuestra actitud los únicos que podemos detener la propagación del virus”.
La labor de Elizabeth en el hospital no se detiene, se sigue recibiendo pacientes normales, accidentados, heridos, enfermos, el trabajo es constante, el covid-19 no ha hecho que disminuya las personas que necesitan ir al hospital, de ellos también debemos cuidarnos ya que no sabemos si es portador del virus.
“Los enfermos siguen llegando a emergencias, a las salas de atención, cirugía, etc., lo que debemos de cuidar es que no se sature el sistema, ahí si estaríamos en problemas”.
Las semanas han pasado, pero siempre se toman todas las medidas del caso, cuando llega de trabajar, se cambia y desinfecta en el corredor de la casa, ya tiene todo preparado, las visitas de su familia solo las permite cuando está libre, ese día recibe a sus hijos y nietos.
Incluso desde que comenzó la pandemia el contacto con su padre ha sido mínimo, además aun no ha querido decirle que estuvo en contacto en la “unidad del covid”.
“Con mi papá pasó lo mismo que mis vecinos, saben que trabajo en el San Juan, pero no saben que estuve en contacto con el covid-19, en ambos casos para que no se preocuparan”.
Hoy Medrano ve otra realidad, ya se sabe más del virus, la gente está aprendiendo a convivir con el coronavirus, ella misma lo indica “cuando me toque volver a Aislamiento Respiratorio lo voy a hacer con mucho amor y sin miedo”, pero hay algo que aún no logra superar, una experiencia dolorosa en 29 años de carrera, el poco contacto con su familia.
“Un mes después de ese primer contacto, invité a mi hija que llegara, ella tenía miedo, no quería, al final vino, hasta ahí la pude abrazar. Añoro los abrazos y besos de mi padre, de mis hijos y nietos, eso es lo más doloroso, no poder tenerlos a mi lado”.
La conversación con esta guanacasteca de casi tres décadas de experiencia en enfermería concluye; Elizabeth Medrano Solano se despide con una fuerte risa y un ¡Dios lo bendiga! Bastante esperanzador de saber que la salud del costarricense está en manos de personas que dan su vida, por cuidar la nuestra.